Esperanzas de Toulon.

Fueron 28 minutos, siendo exactos, aunque haya dicho «estos 40 minutos me los llevo al cajón». Pero eso no importa, el tiempo neto, esos 28 minutos  se quedan conmigo. Y se quedan con ellos. Y con los impotentes brasileros.

Bélgica arrancó su participación en el legendario Torneo Esperanzas de Toulon ante Brasil. Uno de los máximos ganadores del mismo y, por qué no decirlo, de la galaxia. Porque esa fue la importancia de esos 28 minutos de dominio belga: la cuenta limpia.

Recuerdo cuando de joven veía a los Pekerboys, en Quatar, si, pero, sobre todo, en Toulon. Porque a Toulon iban los que no eran cracks todavía, mientras que al mundial iban tipos consagrados. Todas las selecciones de Toulon suelen ser disminuidas. Uno imagina a Brasil sub 21, pero un repaso rápido nos deja con un puñado de jugadores medianamente conocidos, algunos en Europa, otros, meras iteraciones de una idea de jugador. Y en Toulon se daban esos momentos mágicos donde te olvidabas que el que tenías enfrente poseía una rica tradición futbolera.

De eso se trató el partido de hoy. Brasil, un brasil muy feo, muy nena, si me permiten la expresión, quiso ganarle a Bélgica con la camiseta. Y los diablitos, desconocidos en general, pero no ante el ojo entrenado, tuvieron 12 minutos de aguante. El primer tiempo se asemejó a una pelea de Rocky. 12 minutos contra las cuerdas, el gol, como suponían todos, estaba por llegar. Y llegó. Pero en el arco contrario.

En la primer excursión belga en mitad de cancha foránea, Lukaku ayudó a Mpoku a aguantar la pelota arriba, sobre la izquierda. Malanda se acercó para no dejar que les siguieran pegando, ante la pasividad del árbitro yanqui, y terminó cambiándola de frente para Massimo Bruno. El volante ofensivo del Anderlecht recibió con tranquilidad, no así comodidad, desbordó y su centro bajo encontró a Vetokele, quién con facilidad marcó el 1-0 ante la incredulidad de los soberbios. De ahí hasta los 41 minutos (recordamos que en Toulon se juegan tiempos de 40) todo fue para Bélgica.

Inmediatamente Praet pudo poner el segundo, pero el arquero pudo más. Bruno siguió desbordando por la derecha, inclusive golpeando el travesaño con uno de sus centros. Por la izquierda, un enorme Lukaku cubría y pasaba al ataque, dejando los toques finales para Mpoku (quién contó con una jugada Messiánica recorriendo la linea de fondo). Malanda fue siempre el primer defensor y el primer pase, Ntambwe fue una grata sorpresa para los agentes y scouts que decoraron las gradas en Toulon. Brasil insistía con una presión alta estéril, gracias al perfecto dominio a uno o dos toques del conjunto belga.

Todo funcionó a la perfección durante un tiempo entero. Y hay que rescatar eso. Hay que aplaudir a los pibes que mostraron que el laburo puede más que la historia, que está, justamente, para ser escrita.

El segundo tiempo fue la crónica de una derrota anunciada. Brasil empujó con los pocos recursos que tenía: El arbitro localista y la pelota parada. Y si, cuando hablamos de Brasil hablamos de localía, juegue donde juegue. El empate vino en un córner en el que Praet tenía que marcar al central más alto de Brasil (error táctico). Y la desventaja fue marcada en una rápida contra por Vinicius, un proto-Hulk de horrible actitud que, si no cambia sus modos, merece una carrera pobre y olvidable.

Brasil camiseteó todo el segundo tiempo, el arbitro fue su propia parodia, y los cambios en Bélgica no surtieron efecto. ¿Importa? No. No importa ganar. Si importa el mensaje. Tanto para Brasil como para los propios chicos belgas. «Acá estamos».

De todo se aprende, y hoy los chicos aprendieron lo feo que es perder contra Brasil cuando haces las cosas bien. Aprendieron a no descuidarse contra un gigante dormido. Aprendieron a faltarle el respeto a un powerhouse del fútbol juvenil. Y aprendieron que queda mucho tiempo, muchas lecciones y que la derrota enseña más que la victoria.

vamos, vamos los pibes.

vamos, vamos los pibes.